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LA EXPERIENCIA DE MI MISMA, A MI PROPIO RITMO

  • Foto del escritor: Renatta Casale
    Renatta Casale
  • 20 mar
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 23 mar

ASÍ VIVÍ MI PRIMERA CERTIFICACIÓN COMO PROFESORA DE YOGA


Recuerdo exactamente el instante en el año 2017 cuando recibí la información sobre la formación de profesores de yoga que traería Yoga en Sintesis a mi ciudad. En ese entonces vivía en Lechería y viajaba con frecuencia a Caracas para los encuentros con mi Maestro Dada Chidrupananda. Mi país estaba en un momento de mucha tensión y mis traslados a la capital se hacían cada vez más cuesta arriba, pero yo necesitaba seguir aprendiendo. 


Mi Maestro me había reconectado con mi anhelo de ir hacia mí misma como destino. Entonces me di cuenta que El Yoga también quería verme continuar y mágicamente tocó a mi puerta. Ese instante del que hablo, cuando llegó a mí esa invitación, fue un destello de sabiduría. Una señal de la intuición. Un movimiento conjunto de la razón, el cuerpo, el despliegue emocional, el alma, el pasado, el presente y el futuro. Sentí como se cruzaron como si fueran un asterisco y justo del centro brotó un “Sí, Acepto” y se abrió la puerta a un nuevo mundo. Tal vez uno o dos segundos más tarde, surgió también lo que naturalmente tenía que aparecer. Millones de juicios que me decían “Renatta ¿Qué vas a hacer tu ahí?”, “Eso no es para ti”, “Mira todo el sobre peso que tienes”, “no tendrás tiempo” “Eso debe ser para otro tipo de personas”, etc. Pero mi instante de sabiduría fue determinante. Escribí un mail inmediatamente pidiendo más detalles, recibí la información necesaria e igualmente respondí, declarando que tomaría el curso y estaba lista para dar los próximos pasos. 



PRIMER ENCUENTRO


"Vale más actitud que exigencia"
"Vale más actitud que exigencia"

Un salón, un grupo grande, una profesora que venía de México. Es decir, de otro país. Justo en el momento cuando en el mío empezaba una gran tensión en la calle. De hecho, esa primera clase la recibimos en un lugar donde un grupo de jóvenes estaban protestando. Meditamos con ellos de fondo. Sin embargo, algo me decía que cada quien estaba en el lugar que tenía que estar y poco a poco sus voces se confundieron con mis mantras y estos con mi silencio. Ya no había dudas, yo estaba en el lugar y en el momento correcto. De ahí en adelante cada experiencia de aprendizaje, cada profesor que venía, cada maestro, cada compañero que aparecía, se convirtió en un lugar fuera del tiempo, fuera de la cotidianidad, fuera de cualquier cosa en la que yo venía estando. La experiencia de la formación de yoga tomó un lugar propio en mi vida y se convirtió en un espacio importante en el cual sentía me empezaba a transformar. De mayo a diciembre, pasó mucho, sobre todo de mi piel hacia dentro. Recuerdo que en el día largo de cada taller, durante la noche tenía millones de sueños. Extraños, intensos, a veces impactantes, otras veces incoherentes. Lo recuerdo porque generalmente soy de dormir profundo y casi nunca me doy cuenta si sueño. Le comenté esto a una compañera quien me regaló una mirada interesante al respecto. Ella me decía que el yoga nos ayuda a “decodificar” memorias corporales y a mí eso me hizo sentido. Mi cuerpo de alguna manera estaba rígido y empezaba a flexibilizarse.


De las primeras experiencias de aprendizaje, viene a mi memoria una frase que nos regaló el profesor René Quiroga, “Vale más actitud que exigencia”. Al comienzo, yo entraba a las clases pretendiendo “obligar” a mi cuerpo. Prácticamente lo sometía desde mi razón, y no alcanzar, no poder, no sostener, era para mí una inmensa fuente de frustración. Era la puerta por donde entraban los juicios más implacables hacia mi misma. Pero después de escucharlo decir “Vale más actitud que exigencia” fui construyendo una relación más amable con mi práctica. 

Ese primer año, el programa culminó con la visita del Maestro Adrian Marcelli para brindarnos el taller introductorio al Hatha. Fue un lindo regalo. Sus historias, su maestría, pero sobre todo lo que significaba su visita, le otorgó a ese encuentro algo muy especial. El primer día de su taller escuché una frase que ya me había regalado mi Maestro Dada Chidrupananda. Sin embargo en esta oportunidad me llegó con mayor contundencia, como el dardo que se inserta preciso en la diana “Encuentra tu propio ritmo”, dijo. En adelante todo lo que vino se trató de eso, descubri-me, respetar-me, honrar-me y avanzar… a mi propio ritmo. 



RESTAURANDO EL ALMA


"La espiritualidad como estado del ser"
"La espiritualidad como estado del ser"

Uno de los capítulos de este recorrido que le inyectó la mayor dosis de significado, profundidad, amor, posibilidad, alegría, felicidad y sanación a mi formación fue La Especialización en Yoga Restaurativa con el Maestro Maurizzio Sestieri. Aquí me sentí profundamente conectada a la magia y el sentido del camino. Me reconecte con el amor, con la amplitud. Con la espiritualidad como estado del ser. Con eso que sentía cuando visitaba a mi Maestro Dada, quien por cierto, ya para entonces se había ido a vivir a México. Pero eso que me despertaba, esa conexión hermosa y amplia renació al escuchar al Maestro Sestieri. Ahí entré en un proceso de sanación profunda. Mi páncreas fue el protagonista de la experiencia en sala de yoga restaurativo. Comprendí cómo mis juicios maestros condicionaron a mi cuerpo. Cómo mi sensibilidad y sistema nervioso están conectados y han desarrollado un mecanismo de respuesta para el estrés. Y empecé a trabajar en ello. El maestro Sestieri me recomendó una cuarentena con una secuencia de asanas y kriyas para la zona abdominal del libro de Yoga Restaurativo y eso hice. Cuarenta días. Muchas respiraciones de fuego y el registro en un diario que me reveló mucho de mi.



AHORA VAMOS A CONVERSAR SOBRE LAS ÁSANAS


"Capaz de recitar la poesía del yoga, incluso con su cuerpo, sin saberse todas las letras"
"Capaz de recitar la poesía del yoga, incluso con su cuerpo, sin saberse todas las letras"

Mi formación como profesotra de yoga me ha traido hasta una nueva puerta de entrada. Me siento como una niña que acaba de cumplir años, ha tenido una hermosa fiesta y se dispone a destapar regalos maravillosos que la llenan de ilusión. Ahora es que yo voy a degustar, digerir y poner en práctica mucho de lo recibido. No he sido un gran practicante de Ásanas, ni de ninguna actividad física. Todo esto es nuevo para mí. Lo que quiere decir que cada pequeño logro y avance es muy valioso. Durante este tiempo he logrado espacios de práctica continua, los he soltado, he vuelto. He tomado clases, he frecuentado escuelas. Lo he hecho sola. Lo he dejado de hacer. Hice una cuarentena. Me lesioné. No hice nada. Lo volví a hacer. Hasta que comprendí/recordé que esto va a tomar el tiempo que necesite tomar, que voy a mi ritmo y que tal y como voy, tal y como estoy, es absolutamente perfecto. 


Volviendo al ejemplo de la niña con su fiesta: Yo necesito quedarme sola y destapar mis regalos a mi ritmo, a mi tiempo y sin deudas. Esto nada tiene que ver con que pueda aprender algo o no. Tiene que ver, con que lo voy a hacer a mi manera, como lo dice mi alma. Sé que muchos maestros han asegurado que saberse las secuencias es como saberse el alfabeto para poder leer, pero yo con todo el respeto asumiré mi camino de aprenderlo como pueda en el tiempo que pueda, aceptando que quizás quedarán palabras sueltas o que seré como una poeta analfabeta. Una capaz de recitar la poesía del yoga, incluso con su cuerpo, sin saberse todas las letras. Eso si, pondre mi alma y mi corazón para que cada vez que yo comparta la sabiduría del yoga suene hermoso e impregne todo de amor.



LO QUE ME LLEVO EN LA CONSCIENCIA Y EL CORAZÓN


"Sé de lo que hablan los yoguis, no porque me lo hayan revelado, sino porque lo he sentido"
"Sé de lo que hablan los yoguis, no porque me lo hayan revelado, sino porque lo he sentido"

Sé que un saludo al sol, más allá de una secuencia de Asanas es el contentamiento que brota del alma cuando despertamos, aún en la oscuridad y danzamos con la luz que se asoma, nos ilumina y trae el milagro de un nuevo día. Que el sadhana es un ritual, una práctica para honrar a Dios dentro de mí. Que los Sutras de Patanjali son infinitos, al igual que el Bhagavad Gita. Y que aun y cuando no avanzo en sus líneas hacia abajo, rozar apenas una de sus frases me lleva a la profundidad de la existencia.


Conozco mis sentidos. Sé que están expandidos. Sé que un pequeño roce en mi piel puede significar la conexión con el amor más pleno. Puedo escuchar a distancias muy lejanas. Puedo ver, aun y cuando tengo mis ojos cerrados. Sé cómo es transitar experiencias multisensoriales. Alcanzar un estado de expansión plena de la consciencia donde todo el conocimiento del hombre y del universo aparece en un instante sin tiempo. Sé que mis palabras no son suficientes para expresarlo, pero sé de lo que hablan los yoguis, no porque me lo hayan revelado, sino porque lo he sentido. Por eso me siento también parte de ellos. En la comprensión de que no gozo de ninguna exclusividad, porque todos somos parte de todo. Es decir, aunque me sienta gigante, sé que no soy más grande que ningún otro ser vivo. 


Esta es mi crónica, modesta y sincera sobre mi experiencia en mi formación como profesora de yoga, pero no del Yoga, esa apenas empieza a asomarse, a despuntar. Mientras tanto yo la aguardo, la sigo y a mi ritmo la empiezo abrazar, así como ella me ha abrazado a mí. Mi gratitud a cada Maestro, a mis profesores, a mis compañeros y al misterio que obró para que cada instante haya sido perfecto


¡Namaste!


Renatta Casale 

Alumna del Diplomado de Yoga AIYY 

9 de noviembre de 2018

 
 
 

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