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EL ARTE DE ROMPER EL FLORERO

  • Foto del escritor: Renatta Casale
    Renatta Casale
  • 17 feb
  • 3 Min. de lectura


En medio del caos logré regalarme un par de minutos de silencio. Me senté en el sofá solitario que reposaba en la sala y contemplé todo mi espacio. Observé desde el tapete bajo mis pies hasta la ventana. Vi asomarse la noche y llevarse los últimos rayos de luz que aún iluminaban algunas partes, como la mesa del comedor, el florero que se ubicaba justo en su centro y un par de sillas que sobresalían del resto, como si quisieran escapar.


Instintivamente me levanté, puse una canción y me perdí en ella, sin embargo, el florero sobre la mesa nuevamente envolvió mi mirada e inesperadamente atrapó toda mi atención. El florero me reveló más de mí que cualquier espejo. Entonces comprendí lo que estaba sintiendo. Me vi reflejada en aquella imagen que parecía un cuadro bodegón pintado al óleo y montado en un marco tosco y tieso que lo mantenía casi asfixiado entre cuatro barras. Arriba, abajo, izquierda y derecha. No. No había salida.


La gráfica más que elocuente era precisa: La jarrita vintage, las ramas de eucalipto secas y las flores de tela, idénticas a las naturales, todo bien colocado sobre el mantel de tela que cubría la franja central de la mesa.

Mientras la imagen me atrapaba, la música con descaro se hacía más fuerte, la percusión, la guitarra y me parece haber escuchado un acordeón. Todo me dejaba clarísimo que al frente yo solo tenía una jarra llena de flores artificiales y ramas muertas, pero eso sí, hermosas y bien arregladas. Me ví tan seca como las ramas, tan artificial como las flores y tan innecesaria como un mantel que solo cubre un tercio de la mesa.



La revelación



No imagino a una loba salvaje poniendo un centro de mesa donde hace vida con su manada, pensé. 

Los floreros con flores de tela y ramas secas no entran ni en el mundo animal, ni en el divino, solo en la sala de mi casa. Cuanta incoherencia me aleja de mis instintos y de mis ganas. El cuerpo quiere naturaleza y el alma transparencia, pero ahí estoy yo, comprometida en la acción de un mundo humano lleno de antagonismos, negaciones y floreros rosados. Esa fue la conversación que entonces vino a mi mente.



El camino al origen


Romper el florero, estrellarlo contra el piso hubiese sido una opción realmente liberadora, pero la transformación con gracia, con arte, con conciencia es más grande y definitiva. 


Volver a nuestra grandeza femenina salvaje no requiere acciones destructivas sino creativas, contemplativas, sanadoras. Observar cómo la vida nos habla a través de los elementos que nos rodean, de las conversaciones que estamos teniendo, de los lugares que estamos habitando es una fuente infinita de sabiduría y oportunidades para evolucionar.


Esa imagen del florero la experimenté hace muchos años, sin embargo el ejercicio de conversar conmigo misma, de leerme a través de mi entorno es una práctica que aún conservo y de vez en cuando una pequeña mancha en la pared, una frase que repito o una emoción inesperada que se asoma me traen mensajes importantes sobre la dirección que me está mostrando el alma.


No se arroja contra al piso al mensajero, ese eventualmente se transformará. Pero la oportunidad de transformarnos a nosotras mismas en nuestra cotidianidad, en los pequeños rituales y en la manera de conversarnos es un arte que bien merece ser cultivado. 


Con Amor

Renatta

 
 
 

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